Filled Under:

15 AÑOS SIN PIAZZOLLA


BUENOS AIRES.— Toda ausencia es dolorosa pero siempre hay alguna que provoca más dolor que otras. La de Astor Piazzolla sigue doliendo hasta lo incompresible aún hoy, que se cumplen 15 años de su desaparición física. Y duele, porque al revisar su biografía uno descubre que vivió, creó y se impuso en una época de intolerancia hacia lo nuevo, hacia todo aquel que proponía una ruptura, una revolución, como la que él encaró con su bandoneón y su música.

Tenía 71 años cuando una embolia le cantó el “chau, no va más”. En el tintero quedó una ópera sobre la vida y obra de Carlos Gardel y un sin fin de composiciones posibles de tocar hasta por Guidon Kremer pero imposible de imitar su estilo. No era casual que su último proyecto fuera Gardel, al que había conocido de muy niño en Nueva York, donde pasó buena parte de su infancia y adolescencia y donde comenzó a tocar el bandoneón.

Fue el gran Carlitos el que pareció haberlo bendecido para el tango. Lo hizo trabajar de vendedor de periódicos en la película El día que me quieras y hasta pensó en llevarlo como atracción (el niño que toca el bandoneón) en su gira por Centroamérica y Colombia, la que terminó con la vida de El Zorzal.

Astor dejó una inigualable estela musical y un debate que aún hoy divide las aguas entre los amantes del tango. Si lo suyo se ajustaba o no a la convención del dos por cuatro, sin comprender los que participan de esa discusión que él era un músico universal. Así como era inimitable hasta ahora es inigualable. No hay una saga de músicos que pueda identificárselos con el sello de“piazollianos”.

Había llegado a Buenos Aires en 1938, desde la ciudad balnearia de Mar del Plata y luego de pasar 13 años en Nueva York. Debutó ese año en la orquesta de Aníbal Troilo en la que estuvo hasta el 44, cuando fundó su propia formación. A partir de entonces, el tango y Piazzolla, comenzaron a amarse a pesar de las críticas de los propios tangueros. Con el tiempo sería el músico que renovaría el género cuando parecía encontrarse moribundo, con un quinteto, y con algunos conceptos del jazz, el blues y hasta la música erudita.

Peleador como pocos, defensor a ultranza de sus convicciones aún cuando su economía le decía que eran necesarias concesiones y cambios de estilo, resentido por ese no reconocimiento de sus pares argentinos, Piazzolla, se dio el lujo de declarar: “Tengo el orgullo de decir que mi música es de Buenos Aires”.

Hoy sólo basta escuchar su Adiós Nonino (la que compuso como duelo por la muerte de su padre Vicente en 1959), Balada para un loco o Libertando para sentir el latido de una ciudad deglutida por el posmodernismo y la falta de planificación. La ciudad de Piazzolla.

Llegó a unir su talento con el de Gerry Mulligan o Garry Burton, le puso música a los poemas de Borges y compuso la banda sonora de 41 películas aquí y en el extranjero, en su condición de músico total, como pocos dentro del tango.

Hace 15 años que no está y sigue provocando discusiones y asombrando con su música. Su muerte en aquella tarde fría de julio aún duele. Es que hubiese sido toda una experiencia verlo componer en estos días, cuando la aceptación por lo nuevo y la nostalgia por aquello que fue y será, sus geniales composiciones, las que hoy tenían la posibilidad de ya no ser combatidas, en su condición del músico argentino más conocido en todas las latitudes. Porque como aquel que lo bautizara a los ocho años, Gardel, él también cada día toca mejor.

0 comentarios: