Nuestro eterno agradecimiento a Richard Wright: Pompeya lo extrañará.La inmortalidad y trascendencia de un músico permanece en su legado, en su aportación a la cultura popular y en su momento histórico.
Pink Floyd pertenece a ese selecto grupo de mitos del Siglo XX. Y ahí, dentro de ese conjunto indivisible, Richard Wright se erige como uno de los más grandes instrumentistas de la escena rockera de la centuria pasada.En una época convulsa y erosionada por la Guerra Fría, la contracultura significó el avance político, social y cultural de la juventud, una válvula de escape del establishment y la rigidez de dos sistemas crueles e intransigentes: capitalismo vs socialismo.
Pero ahi están Pink Floyd y su carga sicodélica, Pink Floyd y sus atmósferas, Pink Floyd y su leyenda.Así mismo, el cuarteto inglés decidió dar un paso adelante con la salida de Sid Barrett, pues la locura tenía al borde del precipicio a Pink Floyd. La búsqueda fue la clave, Pompeya el sitio exacto donde se dejaría una etapa y se experimentaría con otra, con la magnificencia, con los escondites de las sonoridades.
Y en el microcosmos en el que habitamos, toma forma la figura colosal de Richard Wright, tecladista, pianista e instrumentista de las locuras de Floyd. Creador de paisajes inolvidables, de un sonido característico; puente necesario entre el avant garde de fines de los sesentas y el jazz espacial de principios de los setentas, derivando finalmente en el progresivo y el monstruo incontrolable de cuatro cabezas que veía su fin con el arribo del punk y los sintetizadores techno.
Live At Pompeii es un vestigio, una pieza de arqueología rockera fundamental, donde se aprecia como Wright destruye y construye estructuras una y otra vez, con pulso esquizofrénico, con una paranoia apabullante, como si alguien se le acercara para marcar el final de melodías oníricas, y él, con precisión milimétrica persiste ante los embates de los fantasmas de Pompeya, de la destrucción y construcción, del día y la noche, del comienzo y el final: la vida y la muerte.Pianos y órganos al servicio del hombre, Careful With That Axe Eugene y su grito desgarrador, el teclado que se desgañita en las yemas de Richard, un lamento que susurra la explosión que se avecinda, el volcán y su lava, las cenizas y el destierro.
La grandeza de Wright y él lo sabe, no radica en el conocimiento musical y de la técnica, como uno podría suponer de los genios, sino que se deposita en las emociones que despierta en el ser humano: la alienación y los excesos, el sufrimiento y el amor, un vendaval de contradicciones que erizan la piel.Una canción como Echoes, sólo podría haber sido embellecida por Pink Floyd y pulida por un escultor detallista como Richard Wright.
Dividida en dos partes, los alcances de Echoes son un vaivén de imágenes, del microcosmos pink floydiano al macrocosmos sideral, a la eternidad, donde ahora se encuentra Wright y su mística, donde el eco de su instrumento nos recuerda que el tiempo es corto, puntual, al estilo inglés.
Descanse en paz, Richard Wright, nuestro piano cósmico.
Héctor Arce.
*Con este artículo, comienza mi colaboración con Radikal Zonora Radio, agradeciendo enormemente a Honnaz por la confianza en este escribano. Dejo a ustedes mis artículos y que hagan de ellos lo que mejor les plazca, esperando su consideración hacia este tinterillo que hace sus pininos. Cualquier comentario, insulto o aclaración serán bienvenidos en: lce_hectorarce@hotmail.com (al principio es ele). También los invito a mi blog: www.enlacocinita.blogspot.com. Sale pues y que sea de su agrado (¡arghhhhhhhhhhh!).
1 comentarios:
Muy buenas.
Es triste que conozca este excelente sitio a partir de la muerte de uno de mis ídolos. Sólo puedo decir que si Wright leiese este artículo se emocionaría. Yo ya lo he hecho.
Un saludo.
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