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El hastío devora a Alex en cualquier tarde lluviosa. Nebulosa la mente,
esta se abstrae en miles de imágenes, en millares de frases, en repetitiva
búsqueda de productos inacabados en la serie de montaje, en escaparates
fantasmagóricos con maniquíes degollados y sin función lógica aparente. Solo permanecen
ahí, instalados en un lugar apacible donde la mente reclama un consumo
desmedido.
La señal nunca termina, pues las antenas receptoras conducen al ojo y de
ahí hasta el cerebro que codifica la imagen y mensaje tal como la envía originalmente
la fábrica emisora. Un juguete de dudosa calidad antecede a comida de dudosa
calidad proveniente de fabricantes de dudosa calidad en una interminable cadena
de esquizofrénica producción. La plusvalía que sugería Karl Marx como “la ganancia del producto extra terminado,
después de lo que ya hubo de producir un obrero dentro de su jornada laboral”,
ha servido para inundar la mente del consumidor con anuncios masificados que
determinan la adopción de parámetros y modelos sociales, políticos y económicos
que distorsionan la capacidad de razonar del individuo y que lo confinan a
adoptarlos por el simple impulso que le provocan su inmediatez y fácil desecho.
Ahora Alex no busca lo que necesita, solo consume lo que se le ha dicho que le
produce placer y que lo conducirá irremediablemente a un estado de felicidad
temporal de su persona. La colectividad no funciona en esta sociedad alienada
al ensimismamiento, donde el futuro es el aquí y ahora, nunca el día de mañana.
No es necesario buscar alguna puerta de escape, pues el escape mismo se
presenta las veinticuatro horas en señal radial o televisiva introduciendo el
placebo semanal, diario, a cada hora y cada minuto que satisface repentinamente
el vacío a la soledad individual. ¿No logró satisfacción? Se le devuelve su
dinero, se le cambia su producto, se le regala un premio de consolación o
simplemente compre, deseche, compre, maldiga, compre, sonría, tire, compre…
para cada necesidad irrelevante, una píldora de consumo de trivialidad pasmosa.
La lobotomía mediática es incansable mediante la repetición que se auto consume
cada minuto: telenovelas basura que festejan la separación de clases como un statu quo que debe aceptarse como un
valor irrevocable en la sociedad, anteceden a chantajes noticiosos que flagelan
la realidad externa para ocultar los vicios de un régimen podrido que adormece
a un consumidor ávido de fast news,
noticias chatarra que no comprometan su vana felicidad de marca transnacional.
Alex abre los ojos y los asesinatos, políticas publicas injustas, sexo
desmedido, instituciones religiosas de nula reputación, deportes como mafia del
espectáculo, chismes, disparates, estupidez embotellada en refresco de cola,
son una cotidianidad que no lo asombra, lo excita en demasía. Rápido y sin
concesiones, así debe ser la vida en un país de Tercer Mundo, donde lo
inolvidable termina auto consumiéndose.
Es un mecanismo perfecto, llegando al punto en el que el individuo penetra
en una sociedad en la que no se le permite voltear atrás, observar, dialogar,
razonar con él mismo y con los demás. Sus decisiones han sido modificadas no
por sus intereses, sino por los de un sector que lanza a la hoguera del olvido,
libros, películas, música, política, ciencia y que los supedita a una
masificación ineludible de sensaciones y solo eso, sensaciones inmediatas y
vagas de placer.
Aun así, un reducto del cerebro de Alex permite el goce de la magnificencia
de Beethoven: su novena sinfonía. Ante el consumismo voraz, la sordera de
Beethoven.
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