El calor es insoportable a las seis de la tarde en la capital potosina.
Algunos ya salen de sus centros de trabajo a esa hora, otros llaman
desesperadamente a alguien con quien compartir una cerveza bien fría. Otros,
buscan algún remanso de tranquilidad y gozo que rompa por fin la semana, que
aniquile la rutina, el desgano, el deambular perdido de los ciudadanos que
respiran los vapores que exhala el podrido drenaje del centro de San Luis. Hay
sudor, sí; también hay búsqueda entre toda la maraña de rostros que caminan
apresuradamente y que no se percatan que los edificios aun claman por ser
escuchados, vistos, tocados e incluso, increpados. Y ahí, en medio del barullo
de un fin de semana que tiene sus albores un significativo veintiuno de marzo,
el Edificio Central de la Universidad Autónoma maúlla y grita, susurra y
murmura, maldice y ríe, todo esto a través de las palabras. Es una atracción
inmediata entre el individuo y el interior del monumento arquitectónico: la
curiosidad de verse inmiscuido entre hojas impresas que describen mundos
infinitos, ajenos a una realidad cada vez más severa y apabullante. Un
microcosmos dentro de otro que se asfixia con su violencia.
La hermosa puerta labrada se abre de par en par y acoge al curioso, casi
siempre un lector que pretende ser voraz consumidor de literatura (o acaso lo
es o aun no lo sabe), algún otro que no sabe lo que busca y uno más que
encontrará lo que no buscaba. Todos inmersos ya en una comunidad de autores
(des) conocidos.
Bajo este preámbulo, el tiempo se derrite y los colores se funden en un
enjambre que solo guarda silencio cuando se aglomera en el Patio de la Autonomía
alrededor de un avispón, quien lo mismo ataca con un aguijón de tinta corrosiva
sobre el papel, que con un zumbido de alegorías humorísticas acerca de su vida,
que también es nuestra, la cotidianidad de todos. Sin duda, un buen pretexto
para enviar por el caño la pinche realidad.
De pronto la risa, la carcajada, el ‘no mames’, el ‘me cae que si’, que
permite que el lector, el aficionado al comic, el cinéfilo y por qué no, el
melómano, se involucren dentro del lenguaje de un cronista gráfico, un
historiador ilustrado (tal vez algo exagerado, opinaran algunos), un
caricaturista de lo cotidiano, en pocas palabras, y como el mismo se
autodenomina: un monero. Un monero que responde al alias de José Trinidad
Camacho, pero que con el discurrir del tiempo devino en un nombre de afamadas
consecuencias: Trino.
Siete de la noche, Feria Nacional del Libro en nuestra árida ciudad. Las
ondas cálidas parecen dispersarse un poco al ir oscureciendo y una suave brisa
refresca de vez en vez a la concurrencia. Sin embargo, esto no parece
importarle al respetable que abarrota las sillas dispuestas en el segundo patio
universitario, ni al no menos respetable que permanece de pie durante la casi
hora y media (más cuarenta minutos de espera para autógrafos) de sesión de stand up gráfico literario de comicidad
irrefrenable.
¿Qué tendrá este Trino para
congregar a cerca de 200 personas en este reducto con un calor infernal? Se
preguntó su servidor momentos antes de que el señor Camacho Orozco departiera
con la concurrencia. Así mismo, él que esto escribe, solo recordaba los
dibujitos de sus libros de sexto de primaria con los monos de Trino, y nada más. Sin embargo, desde el
primer comentario, dicho monero se echó al bolsillo al público y se apropió de
sus risas el resto de la tertulia. Humor manchado intercalado con anécdotas
personales que complementaban su amor por el fútbol y por el Atlas, su equipo
desde la infancia, y que enmarcaban el pretexto de aquella congregación de
seguidores, detractores y críticos de Trino:
la presentación de su último libro, El
Mundial de Trino.
Foto: Agencia de Noticias SLP
A lo largo de la presentación, el monero expone con irreverencia, pero sin
perder su punto de vista agudo, la supeditación del negocio encima del deporte
balompédico que hace las delicias de chicos y grandes a lo largo y ancho del
orbe. Así, asume que ya no hay jugadores que defiendan una sola camiseta en
toda su carrera, lo que confirma sin duda que, los intereses comerciales
seducen a dirigentes y futbolistas, corrompiendo el romanticismo que se ha ido
desvaneciendo. ‘Ya no hay jugadores de temple, que antepongan sus habilidades a
la imagen’, establece Trino, y agrega
inmisericorde, ‘un tipo carita, con peinado perfecto, de cuerpo estilizado, bien mamey, como Cristiano Ronaldo, es
el héroe de los niños que quieren ser futbolistas. Por eso, los chavitos no se
fijan en los regates o trucos que hace, sino en el corte de cabello que usa y así
se lo piden al peluquero: córtemelo como
CR7, esas son mamadas’. ¿Se puede agregar algo más?
Los gags van y vienen y todos
llegan a su objetivo, el más rudimentario de un caricaturista: señalar los
errores de algún hecho en particular. Si a esto le agregamos que puede crear
conciencia en el público, el monero entonces edifica su propio mito a partir
del trabajo que cimienta bajo su idiosincrasia y valores, apartándolos de la
traición que siempre merodea en busca de fama y fortuna. Trino, con su lenguaje directo y coloquial, no asume ninguna pose
de monero consagrado y responde a los concurrentes (que se atreven) en una
sesión de toma y daka, a sus dudas, a sus felicitaciones, a sus peticiones. Su
sonrisa y su stand up gráfico
literario, deja a un lado al monero, y responde más el humorista que podría
mantener al filo de la carcajada a los parroquianos de cualquier centro
nocturno. Al fin y al cabo, como él mismo señaló al principio del evento: ‘mi
padre era dentista y puede que de ahí también venga mi vocación, pues ahora yo
hago reír a los pacientes a los cuales
mi padre les arregló la sonrisa’. Algo cursi, como él mismo dice, pero con un
dejo de verdad que se confirma con su sencillez.
Cuando los minutos ya eran pocos, un niño de seis años y con micrófono en
mano le expresó a Trino ‘que le
gustaban sus dibujos y que quería hacer un libro como él. Y bueno, que le iba a
las Chivas’, con una sonrisa socarrona de oreja a oreja y agitando en una de
sus manos un libro infantil ilustrado por el monero, El Enmascarado de Lata, el cual reconoció a la distancia y que
muestra otra de las facetas de este humorista gráfico, la ilustración infantil,
a la que no muchos artistas se acercan por considerarlo de poca difusión.
Agradeciendo la valentía y honestidad de su pequeño interlocutor por confesar
su afición por el Guadalajara, Trino
concluyó la presentación de su libro y se dispuso a firmar con gran humildad y
mayor paciencia, los libros, posters y tiras cómicas que su feligresía, conversos
instantáneos, coleccionistas y oportunistas de ocasión traían consigo, y que
aprovecharon el momento para llevarse a su casa un trazo de tinta imborrable de
la personalidad del monero. El niño aficionado de las Chivas por fin llegó al
monero y frente a frente, recibió su autógrafo y dibujo correspondiente (aquí
debemos apuntar que Trino realizó uno
para cada uno de los libros que firmó), con lo cual, según nos confió, ‘tendría
el primer autógrafo de un escritor’. Ese es José Trinidad Camacho Orozco,
escritor de trazos humorísticos, quien en su dedicatoria para aquel chamaco del
chiverío estampó con un dibujo de El
Enmascarado de Lata: ‘Para mi amigo Héctor David, manque le vaya a las
Chivas’. Atlas o Chivas, al final ganó la cultura.